En febrero de 1935, al grito de «¡Bravo, camarada Lysenko, bravo!» proferido por Iósif Stalin ante el Segundo Congreso Soviético de Granjas Colectivas se aprobaba en la Unión Soviética un paradigma pseudocientífico conocido como lysenkoismo, michurinismo o lysenko-michurinismo. Así, con un estruendoso aplauso, se celebraba el asesinato público de la genética mendeliana soviética y se consumaba el ascenso meteórico del agrónomo Trofim Denisovich Lysenko (1898-1976) a la fama y al poder. Durante tres largas décadas, hasta la caída de Kruschev en octubre de 1964, Lysenko y sus partidarios dirigieron la agricultura soviética imponiendo sus ideas sobre biología, y completaron la destrucción de la genética soviética y de numerosos genetistas, que fueron sentenciados a muerte, deportados a los gulags siberianos, o en el mejor de los casos, expulsados de sus puestos de docencia o investigación. ¡Refutando, no destruyendo, es como avanza la ciencia!.
Lysenko sustentó su programa de mejora de la agricultura rusa en las periclitadas tesis lamarckistas defendidas y ligeramente actualizadas por el horticultor ruso Ivan Vladimirovich Michurin (1855-1935). Lysenko denunció la genética como una ciencia capitalista que perpetuaba la noción de que hay diferencias cualitativas en los organismos (incluidas las personas) codificadas por los genes. La idea de que los caracteres estuvieran fijados e inmovilizados por la estructura de los genes, que no pudieran modificarse a voluntad, era incompatible con el marxismo. Por el contrario, la doctrina michurinista, al negar la existencia de tales diferencias inmutables era considerada, de claro contenido materialista y revolucionario. Para Michurin, las diferencias individuales se debían a efectos ambientales y se podían modificar radicalmente exponiendo los organismos a estímulos ambientales apropiados. Así, la producción de nuevos cultivos, o la adaptación a nuevos hábitats, no tenía porque implicar un largo proceso de selección de los genotipos adecuados, sino que podía conseguirse simple y rápidamente exponiendo las semillas o las plántulas a las condiciones adecuadas. Incluso el cuerpo del hombre (o su comportamiento) podían ser cambiados, esculpidos como se quisiera. En la cumbre de su poder, las declaraciones absurdas de Lysenko llegaron incluso a incluir la divulgación de falsos experimentos de transformación de una especie en otra: ¡repollo en colinabo y después en abetos!.
Lysenko prometió incrementos rápidos en los rendimientos de los cultivos y en la producción ganadera, pero las prácticas que introdujo, basadas en el michurinismo, produjeron gigantescas catástrofes agrícolas. Años después, comprobado su clamoroso fracaso, los propios académicos de la Unión Soviética reconocieron con vergüenza que la ciencia soviética había sufrido con el «caso Lysenko» su propio «caso Galileo». Como ocurrió con el padre de la física moderna o con Giordano Bruno, la mentira no bastó. Se tuvo que añadir la amenaza, el terror.
El auge del neolamarkismo en la Unión Soviética constituye un caso único de institucionalización de una pseudociencia: el michurinismo. Una doctrina dogmática, incompatible con la ciencia del momento, que no sometía sus postulados a pruebas experimentales válidas y que rechazaba cualquier tipo de crítica. Esta disciplina de tintes claramente pseudocientíficos acabó completamente con las prácticas tradicionales de la ciencia en el terreno de la biología soviética (el caso de la física y las matemáticas fue completamente distinto), que quedó gravemente retrasada con respecto a la biología occidental.
Los lysenkoistas atacaron a los genetistas rusos, no con argumentos científicos, sino con textos de Engels, acusándolos de ser enemigos del pueblo que estaban destruyendo la agricultura soviética apoyados en teorías abstractas importadas del occidente capitalista. Mostraron un total desprecio por la búsqueda desinteresada de la verdad científica y en definitiva por cualquier tipo de conocimiento que no tuviese una aplicación práctica inmediata que resolviese los problemas del estado. El discurso biológico de los lysenkoistas era tan trivial, tan ridículo, que reducía a la nada de inmediato el más mínimo crédito que algún biólogo pudiera haber sentido la tentación de otorgar a sus pretensiones agronómicas. Como ha señalado François Jacob, los discursos de Lysenko recuerdan aquellos opúsculos que autores autodidactas se publican ellos mismos, convencidos de haber hallado el secreto de la vida y furiosos por haber sido ignorados por la “ciencia oficial”[1]. Lo cierto es que evidenciaban una total ignorancia no sólo de la biología más elemental, sino también del comportamiento científico mismo. Sus tesis biológicas chocaban frontalmente con los sólidos principios del mendelismo, el neodarwinismo o la teoría cromosómica de la herencia. De hecho, los michurinistas nunca tuvieron en cuenta los datos de la ciencia experimental, los innumerables resultados acumulados durante casi treinta años, en diversos países, gracias al análisis genético, sobre la herencia en animales y plantas. Además, evitaron las pruebas diseñadas adecuadamente que podrían falsar sus teorías y, en cambio, apoyaron sus afirmaciones con resultados fraudulentos o con experimentos que podían interpretarse a voluntad. Negaron los datos en contra o los denunciaron sobre la base de que nada podía ser correcto si contradecía la ideología superior del marxismo-leninismo. Cualquier dato, práctica o teoría se medía en función de la congruencia con los principios mismos del materialismo dialéctico, con la Dialéctica de la Naturaleza de Engels, nunca con la evidencia empírica. El fracaso a gran escala de las prácticas agrícola de Lysenko no se atribuyó a su falta de fundamento científico, sino a la subversión de los agricultores y los enemigos del pueblo.
El lysenkoismo nos alerta de los graves peligros de la politización de la ciencia y constituye un magno ejemplo de fraude científico y de destrucción del proceder científico a manos de una pseudociencia. Estudiar el lysenkoismo es descubrir con estupor que en pleno siglo XX fue posible que un charlatán oportunista obtuviera en su país la ayuda del poder para imponer una teoría pseudocientífica estúpida sobre la que se fundó una práctica agronómica catastrófica. Descubrir que fue posible que un hombre sin escrúpulos golpeara frontalmente, con la intención de destruirla, a una de las ciencias más sólidamente establecidas. No permitamos que la razón científica vuelva a ser sustituida por la intolerancia y el fanatismo ideológicos.
[1] Esto se puede comprobar en su discurso ante la Academia de Ciencias Agrícolas de la Unión Soviética en agosto de 1948: http://www.marxists.org/reference/archive/lysenko/works/1940s/report.htm.